Palabras que dicen. Palabras que crean.
 Magia perfecta. Enigma por conquistar.
Un universo pequeño escondido nada más.

De pequeña tenía dificultades en mi aprendizaje y a los nueve años, me diagnosticaron dislexia. Me costaba entender el significado de cada palabra, copiarla y sobre todo leerla en voz alta. Sin darme cuenta cambiaba las letras de lugar e incurría en errores ortográficos tremendos, no respetaba su contextualización y por supuesto, no aprobaba. Muchos creyeron que no iba a poder acceder a ese mundo simbólico.

Con la ayuda de mi familia, algunos maestros y otros profesionales, me di cuenta que había un importante mundo creativo en mí y las palabras podían expresarlo, solo tenía que dejarlas salir. Muchos me incentivaron y acompañaron: Beatriz Resta, Cristina Bekerman, Mario Mercado, Liliana Rojas y otros.  Transité tantísimos talleres literarios que me permitieron explorar diversos textos y escribir los propios.

Me recibí de maestra primaria y especial, ejercí en la provincia de Buenos Aires, en el partido de La Matanza y Morón como maestra de grado, apoyo a la inclusión, taller de orientación manual y maestra domiciliaria, donde tuve la oportunidad de incentivar la palabra creativa de muchos chicos de diferentes edades. Compartí mis textos con estudiantes, colegas, amigos, páginas web y recibí algunos reconocimientos y me publicaron algunos textos.

 

Una madrugada me despertó un sueño… y aquí estoy.

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Cuando era pequeña me costaba mucho leer, copiar y decodificar los significados, pero escribía... a mi manera. Muchas palabras de mis tareas estaban marcadas por círculos. Las hojas de mi compañera también tenía circulitos, pero los de ella eran pocos y de color verde, los míos eran muchos y de color rojo, parecían platillos voladores que esperaban despegar.

Los especialistas decían que tenía dislexia. Pobrecita esa, hace lo que puede.

En ese tiempo a los estudiantes nos llamaban solo por el apellido, y nosotros también seguíamos esa formalidad. Suarez, aquí está su tarea, a practicar las tablas. ¡Quesada! Eso no es lo que pedí. Uh Cáceres... esa era yo.

Yo siempre entregaba mi tarea. Como mi mamá trabajaba todo el día, yo hacía la tarea sola, como me salía y cuando mi mamá llegaba a mi casa, tenía que preparar la cena. Pero todas las noches, después de comer, se sentaba conmigo y revisaba mis tareas; como se podrán imaginar, siempre tenía que pasar la hoja. Nos quedábamos hasta muy tarde; ella dictaba y yo copiaba. Al otro día entregaba mi tarea, pero el sueño no se me pasaba hasta el recreo. Así fue como casi todos los días, no terminaba de copiar y cuando volvía a mi casa tenía que llamar por teléfono a mi compañera de banco para que me pasara lo que faltaba, pero ojo... no podíamos sacar fotos como ahora ¡no! Ella tenía que buscar su carpeta, esa actividad y dictármelo despacito, palabra por palabra, para que yo pudiera descubrir lo que me faltaba y terminar de copiar. Casi todas las tardes la llamaba; mi gran amiga Roxana.

Un día en cuarto grado, la señorita nos habló sobre el ciclo del agua. El tema me fascinó, el poder de esa pequeña y su incansable andar. Estar en esos ríos, llegar al océano. Evaporarse, aparecer en el cielo y caer en forma de lluvia. Penetrar la tierra, navegar los ríos subterráneos y solidificarse en nieve o escarcha. Como tarea nos propuso que realicemos una redacción, usando los conceptos aprendido. Entonces se me ocurrió que podía yo acompañar a esa gotita misteriosa en su aventura e inventé una historia. Esa noche, cuando mi mamá leyó mi redacción le encantó y me dijo que era un sueño muy importante. Igual, como toda mamá, me corrigió las omisiones, faltas de ortografía y tuve que pasar la hoja, pero esta vez... la pasé contenta, no tenía sueño.

Al día siguiente, todos los chicos entregamos las tareas y se acumulaban en un pilón sobre el escritorio de la maestra; algunas estaban arrugadas, otras tenían registro de la merienda en sus manchas y otras eran inmaculadas. En la primera hora, mientras resolvíamos cuentas de multiplicación de dos cifras, la señorita comenzó a leer las redacciones y corregirlas. Cuando llegó a mi hoja, miró dos veces.

— ¡Chicos! Saben una cosa, Cáceres se cree que puede viajar con la gota de agua hasta el cielo y volver.

En ese momento todos los chicos dejaron de hacer las cuentas y comenzaron a reírse. Yo al principio no me di cuenta, porque no acostumbraba prestarle atención, me aburría, pero esa mañana la escuché. Con mi pequeñez la miré y con mi voz tímida le dije: Es mi aventura, es mi sueño. En ese instante, todos los chicos dejaron de reírse. Yo no sé cómo terminó el día, pero sí me acuerdo que al poco tiempo escribí mi primera poesía y a fin de ese año mis padres me inscribieron en el concurso de poesías Leopoldo Marechal de Morón y recibí el segundo premio en la categoría infantil.

En quinto grado, la nueva maestra leyó mis poesía y las valoró mucho. A partir de entonces deje de ser la pobrecita que hacía lo que podía y me transformé en la chica que escribía poesías. Aunque no me olvidé de los incomprensibles momentos, en la escuela fui feliz, tanto que me recibí de maestra y allí pude transitar hermosas aventuras a través de la escritura creativa.

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