MARIPOSAS EN MI CASA
Leila soñó mariposas en el despintado patio de casa. Compró dos asclepias de un tamaño considerable -que son las plantas preferidas de las mariposas monarca- una pasionaria, una lavanda y dos verbenas con sus ahorros. Me reía al ver, como una joven que intentó tantas veces resquebrajar el muro de los adultos, concentraba sus energías en un sueño como una niña.
Las mariposas monarcas llegaron y en primavera nuestras queridas asclepias se llenaron de agujeritos. Las orugas comenzaron a crecer, con un ritmo armónico contorneaban todos sus aros: verdes y negro, verdes y negros. Cuando llegaban a un tamaño suficiente, trepaban paredes, subían por las enredaderas o cables, inspeccionando cada saliente. Mis gatos se acercaban, como queriendo entender el misterio.
Una vez que encontraban su lugar, se colgaban quedándose inmóviles, envolviéndose en el anhelo de un ser nuevo y en un delicado proceso se despojaban de su verde para inventar su pupa. Unos días después sobresalía una punta y se iba desvelando el secreto. Algunas con el viento se cayeron y Leila las ató a unas ramas que acomodó en una pecera. Todos contemplábamos el milagro, con la esperanza de ser testigos del momento culminante. Las pupas de a poco cayeron y aparecieron ellas, conservando el negro en su cuerpo, con sus esplendorosas alas naranjas atravesadas por unas venas oscuras que terminaban con pintitas blancas, también tenían pintitas blancas en su cuerpo. Todas las mañana Leila las rociaba con agua del purificador y les dejaba una tapita limpia con agua dulce.
Cada una ensayaba trayectorias en mi living para luego aventurarse por la ventana. Una alegría mezclada con el amargo de la despedida. Algunas volvieron a mi patio, revoloteando cada planta y cuando mi hija se acercaba se posaban en su ropa.
Así la casa se envolvió de esa belleza increíble, pero nunca me imaginé que la naturaleza tenía un regalo especial reservado para mi realidad intrincada. El verano sucedió con apremios, como el de muchos, siendo el tercero sin salir de vacaciones y el otoño no tardó en llegar. En esos días nacieron nacieron Tuly y Pepi con una alita rota cada una. Maternalmente mi hija las acercaba a la flor favorable para que pudieran alimentarse; además de hidratarlas y dejarles su piletita de agua dulce y de a poco, extendieron su finísima trompa oscura y sin deformar la flor absorbían una partecita del zumo néctar maravilloso y ayudaron a la polinización de mi vergel. A la tardecita se quedaban sobre los mosaicos calentitos del patio, acompañando la siesta de mis gatos. Al colgar la ropa, tenía que tener cuidado de no pisarlas y cuando mi hija salía lograban llegar a su cabello. Increíble que seamos capaces de conectar hasta con los insectos.
Una noche de abril, nuestro patio aún conservaba los rastros de esa magia y un mensaje de WhatsApp en mi celular. Por inconvenientes de presupuesto, no podía ir a trabajar esa semana, ni la siguiente. Nueve horas que me volvería a quedar en mi casa. Fui a mi cuarto y me obligué a cerrar los ojos. Mañana, las compras de la verdulería. Por mucho, por poco, hasta cuando encuentre otro, hasta cuando se arregle. Puedo usar la tarjeta, pero… Por mucho, por poco, hasta cuando encuentre otro, hasta cuando se arregle… Me daba miedo que llegue mañana. Tomé mi celular busqué el desfile de contactos sabiendo que a las tres de la mañana a nadie podía molestar. Miro mi mesita de luz, las gotitas felices de flores acumuladas en un frasquito mezcladas con coñac, que iba a tener racionalizar sabiamente, porque su costo era más caro que la hora de trabajo que ya no tenía. Salí al patio, estaba apagado; la estructura de planes del mes, como un castillo de naipes se desmoronaron y ustedes saben que la angustia no sirve ni para sustentar el sueño de una niña.
Volví a mi cuarto, el celular tirado en mi cama se encendió solo, a veces pasa. Un video de Tuly y Pepi, estaban subiendo de modo sincronizado por el clarín de guerra de mi glorieta y con orgullo batían sus alas dejándose en evidencia su discapacidad; nada les impidió avanzar. Como unos seres tan simples no abandonaron su designio y se animaron a pesar de sus obstáculos, a conquistar la inmensidad.
Tuly y Pepi ya no están en mi patio, pero nos dejaron sus huevos que mi hija resguardó con responsabilidad, para que en mi casa no falte la magia que me permitió conciliar el sueño de esa noche.
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