C U E N T O : Esteban-Quito.
Esteban-Quito:
En el desierto de su casa oscura, se encuentra Esteban Máximo Reyes. Nombres que encierran una supuesta grandeza. Herencia ancestral que estaba dispuesto a honrar.
Un hombre seguro que no se dejaba atrapar por las emociones ajenas y menos que menos por las propias. Sin preocupaciones, ni compromisos. Hacía lo justo y necesario. Romances apasionados con miles de instantes que dejaba escurrir en discursos baratos. Así pasaba las horas, llenas de cosas efímeras, impregnadas de esa luz brillante de nada. El trabajo, las mujeres, los romances y miserables responsabilidades; todo bien, todo bajo control. Todo encajaba perfecto en la maraña intrincada, donde los otros se perdían. Un déspota ilustre de su reinado
Cuando la vida me obligó a partir de la casa que me organizaba y protegía, tuve miedo. Convencido de que no podía construir mi existencia sin un sostén seguro, me fui. Atrapado en las estructuras crueles de mis inseguridades, inventé mi propia cárcel. La iluminé con verdades brillantes
que me ayudaron a subsistir durante todos estos años. Eché sin piedad la tierna identidad de mi juventud y de mi infancia. Me despojé de esos sueños empalagosos que invadieron mis pensamientos durante tanto tiempo. Acondicioné cada uno de mis espacios y los justifiqué con postulados verosímiles.
Lo curioso fue que muy pocos prestaron atención a mis razones; un relato convincente bastaba. Sin darme cuenta, reforcé el alambrado de mi prisión y me convertí en un desconocido del barrio de mi vida. Convencido de que unos pocos reconocimientos alcanzaban. Envejecí con solo 30 años.
Un día caminaba tranquilo a unas cuadras de su casa y visualizó a un niño que saltaba con entusiasmo sin preocupaciones. De pronto se detuvo, perplejo en silencio con la mirada fija en un punto sobre la tierra negra. Lo alcanzó, sin imaginar lo que iba a ocurrir.
— ¿Lo vio? ¿Lo vio? Señor ¡Lo vio!
— ¿Qué cosa?
— Sí lo vio. Sino no hubiera parado ¡Lo vio!
— ¿Qué decís nene? Me detuve porque creí que tenías algún problema.
— ¡No! ¡No! ¡No! Entonces no le importa.
— No dije que no me importa. No sé ¿qué mirás?
— Ah bueno. Lo encontré. Al fin lo encontré.
—¿Qué cosa?
— Al Increíble.
— Al Increíble ¿Qué?
— Al bicho con un punto blanco en su pata.
— El dengue.
— ¡No! Este no vuela. Pero si puede cavar el túnel más profundo y llegar al otro extremo del planeta.
Esteban se quedó pensando, le resultaba familiar esa voz y le provocó cierta curiosidad esa fantástica historia.
— ¿Lo viste llegar?
— No— A modo de secreto continúa— Pero sé de su fuerza. Leí en la enciclopedia que una hormiga puede cargar cincuenta veces su peso. Está comprobado científicamente.
— Si… Lo sabía.
— Entonces imagínese que puede hacer un súper bicho con puntito blanco.
El niño continuó su relato y lo que más le asombraba era su seguridad.
— ¿Cómo sabes que es un súper bicho?
— Lo investigué. Busqué, observé y llegué a la conclusión de que es el súper bicho.
Esteban se dejó sorprender por su exaltación.
— ¿Dónde está ahora?
— Es muy rápido. Tal vez ya haya llegado a ir al otro lado del planeta.
— ¿No es muy pronto?
— ¡No! Es el súper bicho— Reanudó su marcha saltando.
— Oíme nene… tu historia me resulta conocida. ¿Cómo te llamas?
— Esteban y solo para algunos… Quito.
— Esteban… Quito.
— ¡Si! ¿y usted?
Se quedó perplejo sin saber qué responder. El niño esperaba con una mirada simple y su cara sucia.
— ¿Cómo se llama Señor? Yo ya le dije mi nombre.
— Esteban.
— También— Echando a reír —Con razón.
—¿Con razón qué?
— Solo los Esteban se detienen a mirar.
Esteban se quedó estático sin entender y el pequeño siguió saltando; avanzó y dio vuelta la esquina. Respiró profundo y se fue con su soledad a su casa. Allí se intentó convencer que ese fue un hecho casual, pero no pudo evitar volver a salir a la misma hora varios días sucesivos y buscarlo con la mirada.
Esteban-Quito volvió aparecer en algunos de sus sueños, con sus aventuras y dispuesto aceptar sus equivocaciones. Una bicicleta despintada y el sol de frente. Algunos terrenos baldíos con zanjas y yuyos. No importaban los mosquitos y transitaba de vez en cuando un solo colectivo. En cada encuentro, Esteban se despertaba sobresaltado, encendía la luz. Le comenzó a molestar su potencia. Focos de 150 watts que había comprado especialmente cuando se instaló en esa casa. Abría pocas veces las ventanas y los encendía temprano. La luz brillante lo hacía sentir seguro, pero a partir de ese extraño encuentro, le comenzó a fastidiar.
Hasta hace poco, Esteban no podía recordar sus sueños y sus pesadillas; hacía tiempo que usaba pastillas para dormir. Pero la imagen saltarina de ese pequeño le hizo olvidarlas. Se acostaba pensando, la espera ya no lo atormentaba. Esa historia, esos ojos, esa voz. Un día visualizó su caja de pastillas y notó que la tableta hacía días que no se abría. Cuánto tiempo habrá pasado.
Esa noche Esteban-Quito apareció nuevamente en sus sueños, pero estaba enojado.
—¿Dónde está tu bici azul para ir a Scarl? La dejaste en la otra casa ¿y el gato pardo? La linterna para buscar piedras preciosas de noche ¡No! ¡Qué tonto sos!
Se despertó espantado. Encendió su velador y se encandiló; inmediatamente lo apagó. Por la ventana se adentraba la luz de la calle y estaba en penumbras. Su reloj señalaba las 4 de la mañana.
La bici azul. Cómo sabía que había quedado en la casa de sus padres. Scarl, lugar secreto del grupo aventura. Grupo que hace años no ve y entre esos amigos Carolina. De pronto recordó que deseaba tener un gato pardo que trepara los muros sin permiso y volviera libre cuando quisiera. Millones de veces le había pedido a su padre que le prestara la linterna para buscar piedras preciosas de noche; pero como era la única de la casa, se la escondieron. Esteban, Esteban-Quito era él ¿Cómo llegó? Un pasado con reclamo.
Recordó de repente a Carolina, que para su cumpleaños número 13 le regaló una pequeña linterna y ese verano cuando caía el sol; salían al arroyo. Era hermosa, siempre se reía. Un día salieron juntos en bicicleta y en la montaña más alta de Scarl la besó. Su primer beso.
— Ahora somos novios —. Le dijo ilusionado.
— Sí, pero es un secreto. No se lo digas a nadie.
Muchas veces se escapaban juntos en bici y le robaba esos besos escondidos con gusto a
caramelo con cielo. Espero con ansias ese baile de carnaval. Quería sacarla a bailar y al fin besarla delante de todos. Pero grande fue su sorpresa cuando la encontró con Ricardo, el joven más alto del curso. Estaban muy cerca y la acercó a su pecho y ella le correspondió con un prolongado beso.
En la penumbra apareció Esteban-Quito, como le decía su grupo de amigos.
— Me estoy volviendo loco o qué.
— ¿Loco? ¿Por qué? Al fin me encontraste… Siempre estuve acá.
— Bueno. Supongo que ahora podemos hablar.
Muy bueno.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarMe gustó mucho este cuento. Muy interesante encontrarse con uno mismo, pero más pequeño y poderse reconciliar.
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